Estas semanas he sentido náuseas, impotencia y hasta coraje por los inhumanos actos que se cometieron contra Ingrid y Fátima.
Sabemos que a Ingrid fue asesinada en su propia casa por su marido a sangre fría: le arrancó la piel y arrojó sus órganos al inodoro para no dejar pruebas.
De Fátima vimos el vídeo en el que una mujer se la lleva desde la puerta de su escuela, utilizando su inocencia para, de la mano, irse caminando hasta donde finalmente entre la inhumana mujer y su pareja la violaron y asesinaron a golpes, hasta tumbarle los dientes. El cuerop lo metieron en una bolsa de plástico y tiraron a la calle.
Ambas comparten una horrible realidad:
1. Se realizaron en lugares donde deberían estar seguras;
2. Estos casos se cuentan por miles a lo largo de todo el país;
3. Por lo tanto, le puede pasar a cualquiera.
Convivir con quien comete el delito le arrebata la natural paz que debe sentir cualquier persona por estar en su hogar, trabajo o ambiente de aprendizaje. ¿Cuántas veces pensó el marido de Ingrid cómo y cuándo mataría a su mujer?
Da escalofríos pensar en la secuestradora de Fátima, que vendiendo papitas afuera de su escuela, todos los días estuvo identificando qué niña, qué día, en qué momento llevársela para sacrificarla para el asqueroso morbo de su marido.
Peor aún, estos casos son solo dos. Las cifras exhiben el tamaño del problema en nuestro país:
-600 mil mujeres anualmente sufren golpes, patadas o se les arroja algún objeto con la intención de lastimarlas;
- Todos los díaspierden la vida entre 3 a 4 niñas;
-Son asesinadas más de 4 mil mujeres al año;
-De la cifra anterior, un 25% de ellas las mataron en su propia casa, ahorcadas, con objeto punzocortante o arma de fuego, delito que comete algún familiar en contra de ellas.
Tan solo en Culiacán, hoy se reportó a Guadalupe, quien fue molida a golpes, hasta que su vida le fue arrebatada. Su pareja fue quien cometió el crimen. También en su casa.
Con eso en mente, ¿Cómo sentirnos en paz? ¿Cómo proteger a nuestras hermanas, hijas, amigas?
La reflexión propia comienza con solidarizarnos con todas las mujeres que denuncian algún tipo de acoso, tomar en serio cualquier tipo de amenaza, no reírnos de situación alguna y, por supuesto, no abandonarlas.
Sin embargo, la solución también pasa por la autoridad. Es insensible ver como los políticos se arrojan las culpas y llegan al extremos de responsabilizar a la propia mujer por no escapar de la situación en la que vive, o peor aún, haciéndole sentir verguenza, revictimizando en el proceso.
Mientras nosotros sigamos creyendo que es normal todo lo anterior, algún día le tocará a alguien que queremos. Es mucho mejor evitarlo. Más aún, mientras no le exijamos a la autoridad, habrá impunidad.
Meremos mucho más que esto.
Fuente: https://www.eluniversal.com.mx/opinion/alejandro-hope/algunos-datos-del-horror